En 1908 también ocurrió "otro fin del mundo". ( Y este si que fué real)
No es la primera vez que la humanidad está a la espera del fin del mundo. En la década de 1960, el enfrentamiento entre las dos potencias nucleares –EEUU y la Unión Soviética– pudo provocar el fin del mundo. Pero pocos son quienes saben que el Apocalipsis también pudo ocurrir cuarenta años antes de la creación de la bomba atómica.
En la mañana del 30 de junio de 1908, una bola de fuego tronadora surcó el cielo de Siberia Central en dirección norte. Unos testigos describieron su forma como circular, otros como esférica o cilíndrica de color rojo, amarillo o blanco.
A las 07 horas,14 minutos hora local, la bola impactó en la región del río Podkámennaya Tunguska en Siberia. La potencia de la explosión –según algunas evaluaciones, fue de entre cuarenta y cincuenta megatones, o sea dos mil veces más que la potencia de la bomba atómica arrojada sobre Hiroshima. Entonces los científicos concluyeron que sobre la taiga rusa cayó un meteorito, pero no se realizó ningún tipo de investigación.
Entretanto, existen sospechas de que el causante de este suceso fue el inventor norteamericano de procedencia serbia Nikola Tesla. Pero el papel que desempeñó es incomprensible: fue un malhechor, un inventor de armas de destrucción masiva de una potencia inaudita o un salvador de la humanidad.
El genial ingeniero electrónico Nikola Tesla llegó a EEUU procedente de Europa, donde negociantes hábiles pero codiciosos ganaron buen dinero, gracias al talento del joven serbio, pero a él casi nada le pagaron. El talentoso ingeniero fue seducido por Thomas Alba Edison. Tesla trabajó un año con él, perfeccionando los motores eléctricos del norteamericano, pero dejó ese trabajo, sin tampoco haber recibido la remuneración que Edison le prometió. Tesla no se quedó sin trabajo, pero se puso a dedicar más tiempo a la ciencia.
En primavera de 1899, en la ciudad de Colorado Springs, creó un pequeño laboratorio para el estudio de las tormentas. Con tal fin Tesla construyó un artefacto para generar ondas electromagnéticas. Éstas eran difundidas por un transmisor, que con una intensidad creciente convergían en un punto diametralmente opuesto del globo terrestre, en las proximidades de las islas de Amsterdam y San Pablo, en el océano Pacífico.
Tesla decidió proseguir los experimentos con un equipo más potente. En 1902, en un terreno adquirido por el inventor en la Long Island en el estado de Nueva York, se levantó, según su propio proyecto, la torre de madera de cuarenta y siete metros Wardenclyffe con una media luna de cobre en lo alto de la construcción. Con su ayuda Tesla planeó generar y transmitir energía a grandes distancias. Pero en 1903, el industrial John Pierpont Morgan, quien financiaba los trabajos de Tesla, rompió el contrato. Siguiendo el ejemplo de Morgan, otros industriales también le dieron las espaldas a Tesla. Y en 1905 Tesla se vio obligado a despedir a los trabajadores y cesar el trabajo.
No obstante, el equipo que instaló largo tiempo permaneció en el laboratorio. Sabido es que Tesla no perdió las esperanzas de proseguir los experimentos. Con la intención de obtener financiamiento, escribió cartas a diferentes instancias, demostrando que era capaz de crear un arma de una potencia inusitada, que su equipo energético inalámbrico podía convertir cualquier región del planeta en una zona inhóspita. También manifestó que estaba dispuesto a iluminar la ruta de la expedición de Robert Peary al Polo Norte, iniciada en 1908.
En la supuesta región de la caída del meteorito de Tunguska trabajaron, de 1927 a 1939, expediciones del geólogo Leonid Kulik. No obstante, Kulik no encontró ningún rastro del meteorito ni el cráter que pudo haber dejado. Aunque descubrió algo sorprendente: en el epicentro de la explosión había árboles ergidos, pero completamente sin ramas. Una serie de hechos probaron que el cuerpo celeste estalló en el aire. Cazadores evenkos de la región contaron a los participantes de la expedición de Kulik sobre “un agua que quemaba el rostro” y sobre piedras luminosas. Además, se encontró una gran cantidad de bolitas de cerca de un milímetro de diámetro, de una sustancia coagulante. Posteriormente, tales bolitas fueron encontradas en las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, sometidas a un bombardeo atómico.
En los años 1960 esos hechos permitieron suponer que en el cielo de Siberia se produjo una explosión nuclear. Pero, como en 1908 la bomba atómica aún no existía, se supuso que la causa de la explosión pudo haber sido un accidente sufrido por un aparato volador extraterrestre. Sin embargo, ahora los científicos se inclinan por otra versión.
Los expertos prestaron atención a fenómenos extraños que acompañaron el fenómeno de Tunguska: durante varios días, desde el Atlántico y hasta Siberia Central se observaron una intensa iluminación del cielo y nubes luminosas. Los testigos, que se encontraban a 200-300 kilómetros del epicentro de la explosión, advirtieron un silencio verdaderamente sepulcral, que cundió después de la 7 de la mañana del 30 de junio de 1908. No se oía el gorjeo de los pájaros, el susurro de las hojas ni otros sonidos habituales. Además, la diáfana mañana de pronto se volvió oscura y todos los objetos, comprendidas las hojas y la hierba, adquirieron un tinte amarillo, luego anaranjado, rojo, bordó. A mediodía todo se ennegreció, mientras que en el cielo, en dirección de Podkámennaya Tunguska se divisó algo parecido a un muro plateado. Inmediatamente después de la explosión se produjo una tormenta magnética, que duró cinco horas.
Estas anomalías permitieron suponer que su “autor” fue Nikola Tesla. Como mínimo, hay dos versiones.
De acuerdo con una de ellas, Tesla decidió demostrar las posibilidades destructoras de su equipo. No era una persona maligna y por eso quería ocasionar el menor daño posible, por eso asestó el golpe energético en regiones transpolares deshabitadas, pero los cálculos le salieron un poco mal.
Según la otra versión, el 30 de junio de 1908, un gigantesco asteroide se dirigió velozmente hacia la Tierra. El choque de ese objeto contra el planeta pudo tener el efecto que provocó la extinción de los dinosaurios, pero esta vez la amenaza estaba dirigida contra el género humano. Nikola Tesla utilizó su equipo para salvar a la humanidad. Hizo estallar el objeto en el aire con los rayos energéticos que el mismo generó o como resultado de cierta eyección energética desde las profundidades terrestres, provocada por las manipulaciones del genial inventor con el emisor de radiaciones de su torre Wardencluffe.
Pero estas versiones no tienen una confirmación objetiva, igual que hasta ahora no se ha dado una respuesta, que explique todos los hechos conocidos, a la siguiente pregunta: ¿qué estalló en verano de 1908 en el cielo de Tunguska?
mj/as/sn
fuente/spanish.ruvr.ru
No es la primera vez que la humanidad está a la espera del fin del mundo. En la década de 1960, el enfrentamiento entre las dos potencias nucleares –EEUU y la Unión Soviética– pudo provocar el fin del mundo. Pero pocos son quienes saben que el Apocalipsis también pudo ocurrir cuarenta años antes de la creación de la bomba atómica.
En la mañana del 30 de junio de 1908, una bola de fuego tronadora surcó el cielo de Siberia Central en dirección norte. Unos testigos describieron su forma como circular, otros como esférica o cilíndrica de color rojo, amarillo o blanco.
A las 07 horas,14 minutos hora local, la bola impactó en la región del río Podkámennaya Tunguska en Siberia. La potencia de la explosión –según algunas evaluaciones, fue de entre cuarenta y cincuenta megatones, o sea dos mil veces más que la potencia de la bomba atómica arrojada sobre Hiroshima. Entonces los científicos concluyeron que sobre la taiga rusa cayó un meteorito, pero no se realizó ningún tipo de investigación.
Entretanto, existen sospechas de que el causante de este suceso fue el inventor norteamericano de procedencia serbia Nikola Tesla. Pero el papel que desempeñó es incomprensible: fue un malhechor, un inventor de armas de destrucción masiva de una potencia inaudita o un salvador de la humanidad.
El genial ingeniero electrónico Nikola Tesla llegó a EEUU procedente de Europa, donde negociantes hábiles pero codiciosos ganaron buen dinero, gracias al talento del joven serbio, pero a él casi nada le pagaron. El talentoso ingeniero fue seducido por Thomas Alba Edison. Tesla trabajó un año con él, perfeccionando los motores eléctricos del norteamericano, pero dejó ese trabajo, sin tampoco haber recibido la remuneración que Edison le prometió. Tesla no se quedó sin trabajo, pero se puso a dedicar más tiempo a la ciencia.
En primavera de 1899, en la ciudad de Colorado Springs, creó un pequeño laboratorio para el estudio de las tormentas. Con tal fin Tesla construyó un artefacto para generar ondas electromagnéticas. Éstas eran difundidas por un transmisor, que con una intensidad creciente convergían en un punto diametralmente opuesto del globo terrestre, en las proximidades de las islas de Amsterdam y San Pablo, en el océano Pacífico.
Tesla decidió proseguir los experimentos con un equipo más potente. En 1902, en un terreno adquirido por el inventor en la Long Island en el estado de Nueva York, se levantó, según su propio proyecto, la torre de madera de cuarenta y siete metros Wardenclyffe con una media luna de cobre en lo alto de la construcción. Con su ayuda Tesla planeó generar y transmitir energía a grandes distancias. Pero en 1903, el industrial John Pierpont Morgan, quien financiaba los trabajos de Tesla, rompió el contrato. Siguiendo el ejemplo de Morgan, otros industriales también le dieron las espaldas a Tesla. Y en 1905 Tesla se vio obligado a despedir a los trabajadores y cesar el trabajo.
No obstante, el equipo que instaló largo tiempo permaneció en el laboratorio. Sabido es que Tesla no perdió las esperanzas de proseguir los experimentos. Con la intención de obtener financiamiento, escribió cartas a diferentes instancias, demostrando que era capaz de crear un arma de una potencia inusitada, que su equipo energético inalámbrico podía convertir cualquier región del planeta en una zona inhóspita. También manifestó que estaba dispuesto a iluminar la ruta de la expedición de Robert Peary al Polo Norte, iniciada en 1908.
En la supuesta región de la caída del meteorito de Tunguska trabajaron, de 1927 a 1939, expediciones del geólogo Leonid Kulik. No obstante, Kulik no encontró ningún rastro del meteorito ni el cráter que pudo haber dejado. Aunque descubrió algo sorprendente: en el epicentro de la explosión había árboles ergidos, pero completamente sin ramas. Una serie de hechos probaron que el cuerpo celeste estalló en el aire. Cazadores evenkos de la región contaron a los participantes de la expedición de Kulik sobre “un agua que quemaba el rostro” y sobre piedras luminosas. Además, se encontró una gran cantidad de bolitas de cerca de un milímetro de diámetro, de una sustancia coagulante. Posteriormente, tales bolitas fueron encontradas en las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, sometidas a un bombardeo atómico.
En los años 1960 esos hechos permitieron suponer que en el cielo de Siberia se produjo una explosión nuclear. Pero, como en 1908 la bomba atómica aún no existía, se supuso que la causa de la explosión pudo haber sido un accidente sufrido por un aparato volador extraterrestre. Sin embargo, ahora los científicos se inclinan por otra versión.
Los expertos prestaron atención a fenómenos extraños que acompañaron el fenómeno de Tunguska: durante varios días, desde el Atlántico y hasta Siberia Central se observaron una intensa iluminación del cielo y nubes luminosas. Los testigos, que se encontraban a 200-300 kilómetros del epicentro de la explosión, advirtieron un silencio verdaderamente sepulcral, que cundió después de la 7 de la mañana del 30 de junio de 1908. No se oía el gorjeo de los pájaros, el susurro de las hojas ni otros sonidos habituales. Además, la diáfana mañana de pronto se volvió oscura y todos los objetos, comprendidas las hojas y la hierba, adquirieron un tinte amarillo, luego anaranjado, rojo, bordó. A mediodía todo se ennegreció, mientras que en el cielo, en dirección de Podkámennaya Tunguska se divisó algo parecido a un muro plateado. Inmediatamente después de la explosión se produjo una tormenta magnética, que duró cinco horas.
Estas anomalías permitieron suponer que su “autor” fue Nikola Tesla. Como mínimo, hay dos versiones.
De acuerdo con una de ellas, Tesla decidió demostrar las posibilidades destructoras de su equipo. No era una persona maligna y por eso quería ocasionar el menor daño posible, por eso asestó el golpe energético en regiones transpolares deshabitadas, pero los cálculos le salieron un poco mal.
Según la otra versión, el 30 de junio de 1908, un gigantesco asteroide se dirigió velozmente hacia la Tierra. El choque de ese objeto contra el planeta pudo tener el efecto que provocó la extinción de los dinosaurios, pero esta vez la amenaza estaba dirigida contra el género humano. Nikola Tesla utilizó su equipo para salvar a la humanidad. Hizo estallar el objeto en el aire con los rayos energéticos que el mismo generó o como resultado de cierta eyección energética desde las profundidades terrestres, provocada por las manipulaciones del genial inventor con el emisor de radiaciones de su torre Wardencluffe.
Pero estas versiones no tienen una confirmación objetiva, igual que hasta ahora no se ha dado una respuesta, que explique todos los hechos conocidos, a la siguiente pregunta: ¿qué estalló en verano de 1908 en el cielo de Tunguska?
mj/as/sn
fuente/spanish.ruvr.ru
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