El 2012 tal vez sea una fecha simbólica cuyo sentido no esté siendo interpretado correctamente por la inmensa mayoría. Según la interpretación más aceptada, la Cuenta Larga del calendario Maya comienza en el año 3114 a. C. y finalizará en el 2012, si bien algunos intérpretes sitúan su punto crucial en 2011. Pero esta fecha no indicaría sino el fin del mundo tal como lo conocemos y el comienzo de uno nuevo, aunque ello implicaría un necesario proceso de muerte y renovación.
Los 5.125 años comprendidos entre una y otra fecha se corresponderían con la duración del Quinto Sol; así es como las tradiciones centroamericanas denominan a nuestra Era, que estaría llegando a su fin. Si multiplicamos este período por cinco estaremos muy cerca de los 25.920 años que completan un Gran Año Platónico. Este se corresponde con el tiempo que tarda nuestro sistema solar en completar un giro cósmico en torno a su punto central e iniciar un nuevo Gran Ciclo, de la misma manera que nuestra Tierra lo hace en torno al Sol cada 365 días.
Al final cada uno de los cuatro ciclos anteriores de 5.125 años las tradiciones mesoamericanas sitúan diferentes "findes del mundo". Estos habrían sido provocados por catástrofes naturales, debidas a un aumento de la actividad solar y cambios en el campo magnético terrestre, que producirían un incremento en la actividad sísmica y volcánica, bruscos cambios climáticos, aumento en el nivel de los mares o disminución de alimentos y recursos naturales.
En su libro Fractal Time, Gregg Braden asegura que, a diferencia de las antiguas civilizaciones que hubieron de afrontar semejantes eventualidades, nosotros contamos con poderosas herramientas que nos permiten predecirlas con antelación, comprender lo que está ocurriendo y prepararnos para afrontarlas: satélites, modelos informáticos, Internet, televisión y toda una red global de telecomunicaciones. Ahora bien , deberíamos precisar aquí que seríamos muy ingenuos de pensar que tal ingeniería ha se asegurarnos de forma absoluta nuestra permanencia.
Pese a carecer de todo esto, la humanidad siempre sobrevivió, fue capaz de sobreponerse a cambios tan drásticos y pudo dar comienzo, en un breve plazo de tiempo, a un nuevo mundo.
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Mayas, Egípcios e Iniciados.
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Como explica Barden, nuestros antepasados nos legaron un mensaje: el "fin de los tiempos" experimentado por ellos no supuso un fin del mundo, sino la terminación de una era caduca y el comienzo de otra nueva. Así lo aseguran las tradiciones sobre la naturaleza cíclica de la historia que encontramos repartidas por todo el planeta y que se encargaron de conservar los herederos de la antigua sabiduría. A esto es a lo que se refiere, con claridad meridiana, el sistema tan preciso de cómputo temporal utilizado por los mayas, basado en unidades de menor a mayor duración que se repiten cíclicamente, al igual que se suceden nuestros días, meses, estaciones, años, siglos y milenios. Pero la absoluta precisión de los diferentes ciclos sobre los cuales se estructura el calendario maya demuestra que sus guardianes del tiempo conocían las circunstancias asociadas al viaje de nuestro planeta a través del cosmos, que hoy nuestra ciencia moderna comienza a redescubrir. Por supuesto que su descripción de cómo suceden las cosas nada tiene que ver con nuestro pensamiento científico pero sí con las concepciones de las llamadas ciencias herméticas, o con las hindúes que se refieren a la sucesión de los yugas o ciclos. El conocimiento del recorrido que realiza el sistema solar a través del Cosmos, conocido por nuestros astrónomos como precesión de los equinoccios, habría sido compartido por los mayas, por los iniciados egípcios, griegos, chinos y de otros pueblos antiguos, al igual que por algunos hermetistas occidentales. En el caso del famoso y anónimo alquimista Fulcanelli, quien también habla de cuatro eras distribuidas en un Gran Ciclo de 25.920 años, cada una de las cuales finaliza con una destrucción del mundo conocido y el surgimiento de una Edad de Oro, en una Tierra regenerada.
Fulcanelli concede enorme importancia profética a la Gran Cruz de Hendaya, construida hace 350 años. Según Weidner y Bridges esta Cruz habría sido diseñada por la notable familia vascofrancesa D´Abbadie, uno de cuyos miembros habría iniciado en la alquímia a los componentes de colectivo conocido como Fulcanelli. Éstos habrían codificado en la Cruz sus conocimientos precisos sobre el fin de nuestra Edad de Acero y su transformación en una nueva Edad de Oro, cuyo inicio apuntaría hacia 2012, señalando a un lugar preciso de los Andes peruanos como cuna de un nuevo mundo.
Las antiguas escuelas iniciáticas sabían que cada parte de ese gran ciclo cósmico de 25.920 años, compuesto por doce fases de unos 2.10 años durante cada uno de los cuales la Tierra se alineaba con un signo diferente del Zodiaco, tiene cualidades diferentes. Weidler explica que éstas comprendieron que la actualidad del tiempo cambiaba en cada una de esas doce eras zodiacales, y más drásticamente al adentrarse en los cuatro cuadrantes de ese gran reloj cósmico produciendo grandes transformaciones terrestres. Durante la era de Tauro, hace unos 6.500 años, dió comienzo la agricultura, la domesticación de animales y la consturcción de las primeras ciudades-estados. La alteración climática que supuso el fin de las glaciaciones y produjo la extinción de muchas especies animales, acompañó a la era de Leo hace 13.000 años. El emerger del hombre de Cromagnon habría coincidido con la última vez que penetramos en la de Acuario, hace unos 26.000 años. En opinión de Weidner es muy posible que -ahora que volvemos a pasar por ese mismo punto zodiacal, un ciclo después- esté a punto de darse un nuevo salto evolutivo y surgir un ser humano diferente, una posibilidad que parece simbólicamente apoyada por el hecho de que Acuario es el único de esos signos zodiacales representado por un ser humano.
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Las horas más oscuras preceden al amanecer.
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Braden relaciona esto con el hecho de que ahora nuestro sistema solar está completando su órbita elíptica hacia el punto más distante del corazón de la Vía Láctea. Y que nuestra actual localización en la misma "determina como experimentamos las poderosas fuentes de energía, tales como campos magnéticos masivos, que irradian desde el centro de nuestra galaxia. Estudios recientes sugieren que son precisamente tales ciclos los que pueden explicar las misteriosas pautas de biodiversidad, el auge y la decadencia de la vida en la Tierra, tales como las extinciones masivas ocurridas hace unos 250 y 450 millones de años. Otros descubrimientos modernos confirman que la posición de la Tierra a través de su viaje celeste crea los ciclos cambiantes que influyen en todo, desde la temperatura y clima hasta el hielo polar y los campos magnéticos terrestres", que Braden discute detalladamente en su fascinante libro.
"A medida que nos alejábamos del corazón de la galaxia -dice-, nuestra distancia de la alta radiación que emana del mismo fue descrita por las antiguas tradiciones como la pérdida de una conexión que sentíamos emocional y espiritualmente. Estas remotas creencias parecen ser confirmadas por los descubrimientos científicos acerca de la cualidad de los campos magnéticos terrestres que es afectada por las condiciones cósmicas".
La buena notícia es que, según todas las antiguas concepciones, actualmente nos hallamos al final de una Edad Oscura, de sufrimiento, guerras y desigualdad, que será sustituida por otra mas cualitativa.
Según Braden, ello se debe a que "al igual que por la rotación terrestre las horas más oscuras de la noche son justamente las que preceden al amanecer, debido a nuestra posición celeste los momentos más sombríos de la actual Era aparecen justo antes de que nuestra órbita celeste emprenda el viaje de regreso que nos acercará nuevamente hacia nuestro hogar cósmico". Pero la única manera que tenemos de llegar a la luz de un nuevo ciclo es pasar por el fin de las tinieblas que caracterizan a la era actual.
El punto de vista de la Tradición Secreta es que la energía luminosa o radiante que ahora está llegando a la Tierra lo amplifica todo y hace cada vez mas evidentes las dos polaridades: los aspectos más sombríos, pero también los mas luminosos, tanto en el mundo como en nuestro propio psiquismo.
Braden nos recuerda que todas las antiguas tradiciones proféticas anuncian que, a medida que nos aproximásemos al fin de este ciclo, aumentaría nuestro sentimiento de desorientación y de separatividad o falta de conexión con los otros seres humanos y con la propia Tierra. Pero esto significaría que cada vez está más cerca el momento de la reconducción.
Las que nos legaron multitud de antiguas tradiciones repartidas por el planeta, son descripciones de carácter mítico y simbólico, que hablan de ciclos de creación y destrucción, de muerte y renacimiento. Todas estas civilizaciones estuvieron regidas por el Sol, viendo en éste el reflejo de su divinidad principal y dando al cálculo preciso del tiempo tanta importancia como a la veneración de la Madre Tierra.
Hoy vemos que el Sol está acercándose a su máxima actividad, que amenaza nuestra vulnerable civilización tecnológico-electrónica. Un fenómeno que podría estar directamente relacionado con la serie de trastornos telúricos y climáticos que vivimos, y formar parte de esa aceleración del tiempo que experimentamos de muy diversas maneras. En breve plazo, todo ello podría enfrentar a la humanidad a la necesidad imperiosa de renovarse o desaparecer. Michael Grosso ha dedicado un libro a explicar que muchos acontecimientos simbólicos y fenómenos anómalos que se han incrementado en las últimas décadas, pueden ser vistos como propios de una experiencia cercana a la muerte (ECM) de naturaleza planetaria.
Es interesante recordar que un elemento importante de las inicicaciones llevadas a cabo en las antiguas Escuelas de Misterios consistía en inducir al iniciado a una vivencia similar a una ECM, que éste vivía como una auténtica experiencia de muerte y resurrección. En aquella época, la intención era que -como consecuencia de la misma- muriese simbólicamente a su condición animal y mortal, tomando plena conciencia de su naturaleza espiritual y eterna. Hoy lo que necesitamos es romper la cápsula del ego y la separatividad en que vivimos encerrados, tomando conciencia de que todos somos uno, del poder del pensamiento colectivo y de la intención dirigida, de que juntos, podemos transformar el mundo y convertirlo en lo que ya es de forma natural: un paraíso.
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Un futuro esperanzador.
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El orígen de todo nuestro problema está en la dirección equivocada que ha tomado nuestra mente. En la superación del control que ejerce sobre nosotros la mente mecánico-egocéntrica y en la utilización de sus potencialidades como una herramienta empleada conscientemente, de forma individual y colectiva.
Desde un punto de vista esotérico la Tierra y la Humanidad se enfrentan a una iniciación colectiva que correspondería a un gran cambio de ciclo. Este proceso sería, según Sri Aurobindo, el descenso del Plano Supreamental, como la llegada de la Sophia por los gnosticos, la Era del Espíritu Santo revelada por tantas corrientes heréticas desde la edad media, o como la materialización de la Jerusalén Celeste con que se cierra el Apocalipsis, cuyo nombre griego significa "Revelación", el fin de un mundo tal como lo conociemos y el advenimiento de "unos nuevos Cielos y una nueva Tierra" que se describe en este texto bíblico.
Seríamos, por tanto, los gloriosos protagonistas de un acontecimiento único: la posthominización anunciada por el antropólogo Teilhard de Chardin, la apoteosis del hombre (su identificación con Dios) o bien el nacimiento de un Hombre Nuevo.
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LA INVERSION DE POLOS
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Cuando brevemente comentábamos el obelisco de Dammartin-sous-Tigeaux, lo descifrábamos a partir de las Escrituras y la tradición griega. Aseguran que el mundo pasa alternativamente por el agua y por el fuego purificadores, con intervalos que estimábamos de "mil doscientos años". Evidentemente no había que tomar lileralmente este número: no eramos tan ignorantes como para pensar que un diluvio -y sobretodo el diluvio bíblico- habría devastado el planeta en los alrededores del año 700. Aun así es verdad, si aceptamos el testimonio del cronista Gregorio de Tours, que los dos siglos duante los cuales reinaron sobre los Francos los reyes de la primera raza, habrían visto numerosos trastornos climáticos y cósmicos tales como auroras boreales sobre las Ardenas, caída de meteoritos inflamados en el golfo del Morbihan, o la sumersión del bosque de Avranches formando, desde entonces, la bahía del Mont-Saint-Michel. Estas convulsiones limitadas no podrían compararse con una purificación integral de nuestro globo.
¿Qué es un año para el alquimista que sigue las enseñanzas de la naturaleza, sino un ciclo que abraza la totalidad del zodíaco? De tal modo se calculará, según las necesidades, el año solar y el año precesional, los años planetarios y los draconíticos que regulan los eclipses, y también esos largos años que recorre el Sol Negro y que los griegos designaban con el mito de Faetón. Los mil doscientos años que evocábamos antes sin haber precisado la unidad de base que representan, por tanto, la elevación del zodíaco a una potencia y perfección del orden de las centenas, un número simbólico a la manera del Libro de Daniel o del Apocalípsis, cuando San Juan habla de los mil doscientos días durante los cuales el hijo varón será alimentado en el desierto.
Cuando remitimos a Eugenio Canseliet el manuscrito de Las moradas filosofales, los geólogos acababan justo de descubrir, inscrita en la memoria de las rocas, la alternancia enigmática del norte y del sur magnéticos a lo largo de las edades. Teníamos razones para pensar que una tal inversión se explicaba por haberse volteado toda la esfera sobre su propio eje, lo que no sucedería sino acompañado de espantosos cataclismos. Las revoluciones magnéticas que también se producen en el crisol, se observan alquímicamente de modo más fácil en la vía breve que en las demás. Tuvimos la intensa sorpresa de constatar en nuestras operaciones que no se producían fatalmente esos sensibles sobresaltos convulsivos, si el campo se transformaba en trabajo alrededor de la materia. Después, conocidos con mayor precisión por los progresos de la ciencia geológica los misterios del Fuego Central, sabemos que la inversión de los polos magnéticos no significa la rotación de la masa planetaria. Por tanto, la doble helicoide del obelisco de Dammartin-sous-Tigeaux no simboliza la marcha aparente del sol, como habíamos supuesto imprudentemente, sino, relacionándolo con el movimiento del sistema entero hacia su ápice, la doble espiral magnética interna a nuestro globo y la formación temporal de un tetrapolo.
Un artículo de los Sres. Valet y Courtillot describe con inteligencia la historia geomagnética de nuestro planeta junto con algunas de sus causas. No queda sino sacar las conclusiones de lo que ellos han situado tan bien bajo los ojos del lector. Vemos en sus diagramas sucederse rápidamente la inversión de los polos, y después, cesar éstas durante larguísimos períodos de cerca de cien millones de años solares, a saber, un cuarto o una estación de rotación media de nuestra galaxia. Cuando, luego de tales paradas los polos reinician su danza, esta nueva puesta en movimiento coincidirá, tal como nos muestra la paleontología, con la renovación drástica de la fauna y la flora, al mismo tiempo que parecen situarse entonces las convulsiones volcánicas y las inundaciones purificadoras. Dos de estas estasis han sido fechadas con una precisión suficiente. El fin de la segunda corresponde a la extinción de los grandes saurios de la era secundaria.
Desde la aparición de la actual humanidad, pese a que nos encontremos a escala geológica en una fase de alternancia rápida, la Tierra no ha conocido sino una breve inversión de polos. Hemos calculado la fecha aproximada gracias a los diagramas de Valet y Courtillot: el movimiento que volvió a situar al polo magnético en los alrededores del norte geográfico, tuvo lugar en el año 8000 a. C. Entonces la humanidad dejó tras de sí la vida salvaje de cazadores nómadas, domesticó a los animales, cultivó el suelo, construyó las primeras aldeas y, de este modo, cimentó el germen de las grandes civilizaciones históricas. Esta coincidencia no es la del solo azar. En el breve tiempo en que las líneas de fuerza del campo magnético terrestre se despliegan como una rosa mística, significa que el hombre se despierta a una conciencia superior. Traducir en obras este despertar ocupará, sin duda, toda la duración del siguiente ciclo.
Cada una de las revoluciones de los polos magnéticos se acompañan, según parece, con las perturbaciones en los climas y en las tierras. Al iniciarse el movimiento de inversión hacia el año 10.000 a. C., ocurrió el fin de la última era glaciar. Los bancos de hielo retrocedieron, mientras las aguas marinas se inflaban progresivamente y sumergían las zonas litorales. Ahora bien, se trata de la fecha dada por los sacerdotes de Saïs al legislador ateniense Solón para la desaparición de la Atlántida, según el testimonio de Platón. Esa Atlántida que naufragó con ocasión de esta ruptura, fuese isla o costa, ¿sustentaba ya una civilización comparable con las que, ulteriormente, debían surgir sobre el perímetro del Mediterráneo? Hoy todavía es imposible tener una seguridad en este tema. En cambio, si no la memoria del pasado, la Atlántida que reconstruyeron hace un siglo los poetas, novelistas y ocultistas, atestigua de una angustia premonitoria. No importa que esa Atlántida venga acicalada con los atuendos del renacimiento veneciano, las sutilidades de Bizancio, o que resuene con las conchas marinas de Cnossos: condensa en sí todas las civilizaciones desaparecidas por haber querido transgredir el límite alquímico del que hablábamos antes; por utilizar una quintaesencia mancillada de impurezas. Los autores que entonan su canto fúnebre coinciden con este punto esencial: la Atlántida se habría venido abajo por el abuso cometido por sus sacerdotes-magos sobre la materia y sobre las almas. El Sr. Bergier veía en este mito una "resaca del futuro"; la anticipación del destino de nuestra propia civilización. Cuando escribía esas páginas, muy pocos otorgaban crédito a las ciencias tradicionales. Su advertencia caía en el vacío.
Todas las ciencias modernas se acercan peligrosamente a la alquimia. Peligrosamente -decimos. La opción de especialización les hace redescubrir fragmentos dispersos del conocimiento hermético, alejándolas de la síntesis que únicamente permitiría abordar, con la conciencia y prudencia suficientes, los aspectos más peligrosos del arte. Los alquimistas que nos precedieron tuvieron el discernimiento de trabajar únicamente sobre cantidades muy pequeñas de materia, no porque el instrumental de laboratorio fuera entonces demasiado primitivo, sino porque sabían hasta qué límite podían seguir controlando su trabajo, siendo hombres imperfectos. Si necesitaban cantidades superiores de elixir, como sucedía a los médicos en tiempo de peste, reiteraban el trabajo, siempre en la medida de sus fuerzas, hasta que hubieran completado sus reservas.
La dificultad de la alquimia reside en la mesura necesaria, en la graduación de esos fuegos secretos que, si pueden llevar la transmutación a su madurez y término, pueden lo mismo provocar la explosión del crisol, la aparición del ciclo de las cuatro edades y el de la misma Prostituta. En cualquier caso y todo considerado, sería mucho mejor un fuego demasiado débil: el aprendiz no obtendría nada o como mucho estados aberrantes, que pronto se convertirían en materia muerta o ordinaria. La falta de paciencia, la voluntad de obtener resultados imaginados por adelantado, muy lejos de las potencialidades de regeneración de la naturaleza, o en fin, la loca sed de un poder demiúrgico, llevan lo más a menudo a intensificar los fuegos más allá de lo necesario, como si su intensidad compensara la inmadurez de la obra.
Fulcanelli
http://documentooculto.blogspot.com
Los 5.125 años comprendidos entre una y otra fecha se corresponderían con la duración del Quinto Sol; así es como las tradiciones centroamericanas denominan a nuestra Era, que estaría llegando a su fin. Si multiplicamos este período por cinco estaremos muy cerca de los 25.920 años que completan un Gran Año Platónico. Este se corresponde con el tiempo que tarda nuestro sistema solar en completar un giro cósmico en torno a su punto central e iniciar un nuevo Gran Ciclo, de la misma manera que nuestra Tierra lo hace en torno al Sol cada 365 días.
Al final cada uno de los cuatro ciclos anteriores de 5.125 años las tradiciones mesoamericanas sitúan diferentes "findes del mundo". Estos habrían sido provocados por catástrofes naturales, debidas a un aumento de la actividad solar y cambios en el campo magnético terrestre, que producirían un incremento en la actividad sísmica y volcánica, bruscos cambios climáticos, aumento en el nivel de los mares o disminución de alimentos y recursos naturales.
En su libro Fractal Time, Gregg Braden asegura que, a diferencia de las antiguas civilizaciones que hubieron de afrontar semejantes eventualidades, nosotros contamos con poderosas herramientas que nos permiten predecirlas con antelación, comprender lo que está ocurriendo y prepararnos para afrontarlas: satélites, modelos informáticos, Internet, televisión y toda una red global de telecomunicaciones. Ahora bien , deberíamos precisar aquí que seríamos muy ingenuos de pensar que tal ingeniería ha se asegurarnos de forma absoluta nuestra permanencia.
Pese a carecer de todo esto, la humanidad siempre sobrevivió, fue capaz de sobreponerse a cambios tan drásticos y pudo dar comienzo, en un breve plazo de tiempo, a un nuevo mundo.
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Mayas, Egípcios e Iniciados.
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Como explica Barden, nuestros antepasados nos legaron un mensaje: el "fin de los tiempos" experimentado por ellos no supuso un fin del mundo, sino la terminación de una era caduca y el comienzo de otra nueva. Así lo aseguran las tradiciones sobre la naturaleza cíclica de la historia que encontramos repartidas por todo el planeta y que se encargaron de conservar los herederos de la antigua sabiduría. A esto es a lo que se refiere, con claridad meridiana, el sistema tan preciso de cómputo temporal utilizado por los mayas, basado en unidades de menor a mayor duración que se repiten cíclicamente, al igual que se suceden nuestros días, meses, estaciones, años, siglos y milenios. Pero la absoluta precisión de los diferentes ciclos sobre los cuales se estructura el calendario maya demuestra que sus guardianes del tiempo conocían las circunstancias asociadas al viaje de nuestro planeta a través del cosmos, que hoy nuestra ciencia moderna comienza a redescubrir. Por supuesto que su descripción de cómo suceden las cosas nada tiene que ver con nuestro pensamiento científico pero sí con las concepciones de las llamadas ciencias herméticas, o con las hindúes que se refieren a la sucesión de los yugas o ciclos. El conocimiento del recorrido que realiza el sistema solar a través del Cosmos, conocido por nuestros astrónomos como precesión de los equinoccios, habría sido compartido por los mayas, por los iniciados egípcios, griegos, chinos y de otros pueblos antiguos, al igual que por algunos hermetistas occidentales. En el caso del famoso y anónimo alquimista Fulcanelli, quien también habla de cuatro eras distribuidas en un Gran Ciclo de 25.920 años, cada una de las cuales finaliza con una destrucción del mundo conocido y el surgimiento de una Edad de Oro, en una Tierra regenerada.
Fulcanelli concede enorme importancia profética a la Gran Cruz de Hendaya, construida hace 350 años. Según Weidner y Bridges esta Cruz habría sido diseñada por la notable familia vascofrancesa D´Abbadie, uno de cuyos miembros habría iniciado en la alquímia a los componentes de colectivo conocido como Fulcanelli. Éstos habrían codificado en la Cruz sus conocimientos precisos sobre el fin de nuestra Edad de Acero y su transformación en una nueva Edad de Oro, cuyo inicio apuntaría hacia 2012, señalando a un lugar preciso de los Andes peruanos como cuna de un nuevo mundo.
Las antiguas escuelas iniciáticas sabían que cada parte de ese gran ciclo cósmico de 25.920 años, compuesto por doce fases de unos 2.10 años durante cada uno de los cuales la Tierra se alineaba con un signo diferente del Zodiaco, tiene cualidades diferentes. Weidler explica que éstas comprendieron que la actualidad del tiempo cambiaba en cada una de esas doce eras zodiacales, y más drásticamente al adentrarse en los cuatro cuadrantes de ese gran reloj cósmico produciendo grandes transformaciones terrestres. Durante la era de Tauro, hace unos 6.500 años, dió comienzo la agricultura, la domesticación de animales y la consturcción de las primeras ciudades-estados. La alteración climática que supuso el fin de las glaciaciones y produjo la extinción de muchas especies animales, acompañó a la era de Leo hace 13.000 años. El emerger del hombre de Cromagnon habría coincidido con la última vez que penetramos en la de Acuario, hace unos 26.000 años. En opinión de Weidner es muy posible que -ahora que volvemos a pasar por ese mismo punto zodiacal, un ciclo después- esté a punto de darse un nuevo salto evolutivo y surgir un ser humano diferente, una posibilidad que parece simbólicamente apoyada por el hecho de que Acuario es el único de esos signos zodiacales representado por un ser humano.
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Las horas más oscuras preceden al amanecer.
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Braden relaciona esto con el hecho de que ahora nuestro sistema solar está completando su órbita elíptica hacia el punto más distante del corazón de la Vía Láctea. Y que nuestra actual localización en la misma "determina como experimentamos las poderosas fuentes de energía, tales como campos magnéticos masivos, que irradian desde el centro de nuestra galaxia. Estudios recientes sugieren que son precisamente tales ciclos los que pueden explicar las misteriosas pautas de biodiversidad, el auge y la decadencia de la vida en la Tierra, tales como las extinciones masivas ocurridas hace unos 250 y 450 millones de años. Otros descubrimientos modernos confirman que la posición de la Tierra a través de su viaje celeste crea los ciclos cambiantes que influyen en todo, desde la temperatura y clima hasta el hielo polar y los campos magnéticos terrestres", que Braden discute detalladamente en su fascinante libro.
"A medida que nos alejábamos del corazón de la galaxia -dice-, nuestra distancia de la alta radiación que emana del mismo fue descrita por las antiguas tradiciones como la pérdida de una conexión que sentíamos emocional y espiritualmente. Estas remotas creencias parecen ser confirmadas por los descubrimientos científicos acerca de la cualidad de los campos magnéticos terrestres que es afectada por las condiciones cósmicas".
La buena notícia es que, según todas las antiguas concepciones, actualmente nos hallamos al final de una Edad Oscura, de sufrimiento, guerras y desigualdad, que será sustituida por otra mas cualitativa.
Según Braden, ello se debe a que "al igual que por la rotación terrestre las horas más oscuras de la noche son justamente las que preceden al amanecer, debido a nuestra posición celeste los momentos más sombríos de la actual Era aparecen justo antes de que nuestra órbita celeste emprenda el viaje de regreso que nos acercará nuevamente hacia nuestro hogar cósmico". Pero la única manera que tenemos de llegar a la luz de un nuevo ciclo es pasar por el fin de las tinieblas que caracterizan a la era actual.
El punto de vista de la Tradición Secreta es que la energía luminosa o radiante que ahora está llegando a la Tierra lo amplifica todo y hace cada vez mas evidentes las dos polaridades: los aspectos más sombríos, pero también los mas luminosos, tanto en el mundo como en nuestro propio psiquismo.
Braden nos recuerda que todas las antiguas tradiciones proféticas anuncian que, a medida que nos aproximásemos al fin de este ciclo, aumentaría nuestro sentimiento de desorientación y de separatividad o falta de conexión con los otros seres humanos y con la propia Tierra. Pero esto significaría que cada vez está más cerca el momento de la reconducción.
Las que nos legaron multitud de antiguas tradiciones repartidas por el planeta, son descripciones de carácter mítico y simbólico, que hablan de ciclos de creación y destrucción, de muerte y renacimiento. Todas estas civilizaciones estuvieron regidas por el Sol, viendo en éste el reflejo de su divinidad principal y dando al cálculo preciso del tiempo tanta importancia como a la veneración de la Madre Tierra.
Hoy vemos que el Sol está acercándose a su máxima actividad, que amenaza nuestra vulnerable civilización tecnológico-electrónica. Un fenómeno que podría estar directamente relacionado con la serie de trastornos telúricos y climáticos que vivimos, y formar parte de esa aceleración del tiempo que experimentamos de muy diversas maneras. En breve plazo, todo ello podría enfrentar a la humanidad a la necesidad imperiosa de renovarse o desaparecer. Michael Grosso ha dedicado un libro a explicar que muchos acontecimientos simbólicos y fenómenos anómalos que se han incrementado en las últimas décadas, pueden ser vistos como propios de una experiencia cercana a la muerte (ECM) de naturaleza planetaria.
Es interesante recordar que un elemento importante de las inicicaciones llevadas a cabo en las antiguas Escuelas de Misterios consistía en inducir al iniciado a una vivencia similar a una ECM, que éste vivía como una auténtica experiencia de muerte y resurrección. En aquella época, la intención era que -como consecuencia de la misma- muriese simbólicamente a su condición animal y mortal, tomando plena conciencia de su naturaleza espiritual y eterna. Hoy lo que necesitamos es romper la cápsula del ego y la separatividad en que vivimos encerrados, tomando conciencia de que todos somos uno, del poder del pensamiento colectivo y de la intención dirigida, de que juntos, podemos transformar el mundo y convertirlo en lo que ya es de forma natural: un paraíso.
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Un futuro esperanzador.
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El orígen de todo nuestro problema está en la dirección equivocada que ha tomado nuestra mente. En la superación del control que ejerce sobre nosotros la mente mecánico-egocéntrica y en la utilización de sus potencialidades como una herramienta empleada conscientemente, de forma individual y colectiva.
Desde un punto de vista esotérico la Tierra y la Humanidad se enfrentan a una iniciación colectiva que correspondería a un gran cambio de ciclo. Este proceso sería, según Sri Aurobindo, el descenso del Plano Supreamental, como la llegada de la Sophia por los gnosticos, la Era del Espíritu Santo revelada por tantas corrientes heréticas desde la edad media, o como la materialización de la Jerusalén Celeste con que se cierra el Apocalipsis, cuyo nombre griego significa "Revelación", el fin de un mundo tal como lo conociemos y el advenimiento de "unos nuevos Cielos y una nueva Tierra" que se describe en este texto bíblico.
Seríamos, por tanto, los gloriosos protagonistas de un acontecimiento único: la posthominización anunciada por el antropólogo Teilhard de Chardin, la apoteosis del hombre (su identificación con Dios) o bien el nacimiento de un Hombre Nuevo.
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LA INVERSION DE POLOS
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Cuando brevemente comentábamos el obelisco de Dammartin-sous-Tigeaux, lo descifrábamos a partir de las Escrituras y la tradición griega. Aseguran que el mundo pasa alternativamente por el agua y por el fuego purificadores, con intervalos que estimábamos de "mil doscientos años". Evidentemente no había que tomar lileralmente este número: no eramos tan ignorantes como para pensar que un diluvio -y sobretodo el diluvio bíblico- habría devastado el planeta en los alrededores del año 700. Aun así es verdad, si aceptamos el testimonio del cronista Gregorio de Tours, que los dos siglos duante los cuales reinaron sobre los Francos los reyes de la primera raza, habrían visto numerosos trastornos climáticos y cósmicos tales como auroras boreales sobre las Ardenas, caída de meteoritos inflamados en el golfo del Morbihan, o la sumersión del bosque de Avranches formando, desde entonces, la bahía del Mont-Saint-Michel. Estas convulsiones limitadas no podrían compararse con una purificación integral de nuestro globo.
¿Qué es un año para el alquimista que sigue las enseñanzas de la naturaleza, sino un ciclo que abraza la totalidad del zodíaco? De tal modo se calculará, según las necesidades, el año solar y el año precesional, los años planetarios y los draconíticos que regulan los eclipses, y también esos largos años que recorre el Sol Negro y que los griegos designaban con el mito de Faetón. Los mil doscientos años que evocábamos antes sin haber precisado la unidad de base que representan, por tanto, la elevación del zodíaco a una potencia y perfección del orden de las centenas, un número simbólico a la manera del Libro de Daniel o del Apocalípsis, cuando San Juan habla de los mil doscientos días durante los cuales el hijo varón será alimentado en el desierto.
Cuando remitimos a Eugenio Canseliet el manuscrito de Las moradas filosofales, los geólogos acababan justo de descubrir, inscrita en la memoria de las rocas, la alternancia enigmática del norte y del sur magnéticos a lo largo de las edades. Teníamos razones para pensar que una tal inversión se explicaba por haberse volteado toda la esfera sobre su propio eje, lo que no sucedería sino acompañado de espantosos cataclismos. Las revoluciones magnéticas que también se producen en el crisol, se observan alquímicamente de modo más fácil en la vía breve que en las demás. Tuvimos la intensa sorpresa de constatar en nuestras operaciones que no se producían fatalmente esos sensibles sobresaltos convulsivos, si el campo se transformaba en trabajo alrededor de la materia. Después, conocidos con mayor precisión por los progresos de la ciencia geológica los misterios del Fuego Central, sabemos que la inversión de los polos magnéticos no significa la rotación de la masa planetaria. Por tanto, la doble helicoide del obelisco de Dammartin-sous-Tigeaux no simboliza la marcha aparente del sol, como habíamos supuesto imprudentemente, sino, relacionándolo con el movimiento del sistema entero hacia su ápice, la doble espiral magnética interna a nuestro globo y la formación temporal de un tetrapolo.
Un artículo de los Sres. Valet y Courtillot describe con inteligencia la historia geomagnética de nuestro planeta junto con algunas de sus causas. No queda sino sacar las conclusiones de lo que ellos han situado tan bien bajo los ojos del lector. Vemos en sus diagramas sucederse rápidamente la inversión de los polos, y después, cesar éstas durante larguísimos períodos de cerca de cien millones de años solares, a saber, un cuarto o una estación de rotación media de nuestra galaxia. Cuando, luego de tales paradas los polos reinician su danza, esta nueva puesta en movimiento coincidirá, tal como nos muestra la paleontología, con la renovación drástica de la fauna y la flora, al mismo tiempo que parecen situarse entonces las convulsiones volcánicas y las inundaciones purificadoras. Dos de estas estasis han sido fechadas con una precisión suficiente. El fin de la segunda corresponde a la extinción de los grandes saurios de la era secundaria.
Desde la aparición de la actual humanidad, pese a que nos encontremos a escala geológica en una fase de alternancia rápida, la Tierra no ha conocido sino una breve inversión de polos. Hemos calculado la fecha aproximada gracias a los diagramas de Valet y Courtillot: el movimiento que volvió a situar al polo magnético en los alrededores del norte geográfico, tuvo lugar en el año 8000 a. C. Entonces la humanidad dejó tras de sí la vida salvaje de cazadores nómadas, domesticó a los animales, cultivó el suelo, construyó las primeras aldeas y, de este modo, cimentó el germen de las grandes civilizaciones históricas. Esta coincidencia no es la del solo azar. En el breve tiempo en que las líneas de fuerza del campo magnético terrestre se despliegan como una rosa mística, significa que el hombre se despierta a una conciencia superior. Traducir en obras este despertar ocupará, sin duda, toda la duración del siguiente ciclo.
Cada una de las revoluciones de los polos magnéticos se acompañan, según parece, con las perturbaciones en los climas y en las tierras. Al iniciarse el movimiento de inversión hacia el año 10.000 a. C., ocurrió el fin de la última era glaciar. Los bancos de hielo retrocedieron, mientras las aguas marinas se inflaban progresivamente y sumergían las zonas litorales. Ahora bien, se trata de la fecha dada por los sacerdotes de Saïs al legislador ateniense Solón para la desaparición de la Atlántida, según el testimonio de Platón. Esa Atlántida que naufragó con ocasión de esta ruptura, fuese isla o costa, ¿sustentaba ya una civilización comparable con las que, ulteriormente, debían surgir sobre el perímetro del Mediterráneo? Hoy todavía es imposible tener una seguridad en este tema. En cambio, si no la memoria del pasado, la Atlántida que reconstruyeron hace un siglo los poetas, novelistas y ocultistas, atestigua de una angustia premonitoria. No importa que esa Atlántida venga acicalada con los atuendos del renacimiento veneciano, las sutilidades de Bizancio, o que resuene con las conchas marinas de Cnossos: condensa en sí todas las civilizaciones desaparecidas por haber querido transgredir el límite alquímico del que hablábamos antes; por utilizar una quintaesencia mancillada de impurezas. Los autores que entonan su canto fúnebre coinciden con este punto esencial: la Atlántida se habría venido abajo por el abuso cometido por sus sacerdotes-magos sobre la materia y sobre las almas. El Sr. Bergier veía en este mito una "resaca del futuro"; la anticipación del destino de nuestra propia civilización. Cuando escribía esas páginas, muy pocos otorgaban crédito a las ciencias tradicionales. Su advertencia caía en el vacío.
Todas las ciencias modernas se acercan peligrosamente a la alquimia. Peligrosamente -decimos. La opción de especialización les hace redescubrir fragmentos dispersos del conocimiento hermético, alejándolas de la síntesis que únicamente permitiría abordar, con la conciencia y prudencia suficientes, los aspectos más peligrosos del arte. Los alquimistas que nos precedieron tuvieron el discernimiento de trabajar únicamente sobre cantidades muy pequeñas de materia, no porque el instrumental de laboratorio fuera entonces demasiado primitivo, sino porque sabían hasta qué límite podían seguir controlando su trabajo, siendo hombres imperfectos. Si necesitaban cantidades superiores de elixir, como sucedía a los médicos en tiempo de peste, reiteraban el trabajo, siempre en la medida de sus fuerzas, hasta que hubieran completado sus reservas.
La dificultad de la alquimia reside en la mesura necesaria, en la graduación de esos fuegos secretos que, si pueden llevar la transmutación a su madurez y término, pueden lo mismo provocar la explosión del crisol, la aparición del ciclo de las cuatro edades y el de la misma Prostituta. En cualquier caso y todo considerado, sería mucho mejor un fuego demasiado débil: el aprendiz no obtendría nada o como mucho estados aberrantes, que pronto se convertirían en materia muerta o ordinaria. La falta de paciencia, la voluntad de obtener resultados imaginados por adelantado, muy lejos de las potencialidades de regeneración de la naturaleza, o en fin, la loca sed de un poder demiúrgico, llevan lo más a menudo a intensificar los fuegos más allá de lo necesario, como si su intensidad compensara la inmadurez de la obra.
Fulcanelli
http://documentooculto.blogspot.com
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